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La diáspora

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Nunca imaginamos que nos iba a pasar. Que un día tendríamos que ser una nación dispersa por el mundo. Pasamos de ser un país del que nadie se iba a uno al que casi todos piensan dejar. Uno que se enorgullecía de ser tierra de inmigrantes a uno de ser tierra de emigrantes.

Poco a poco fuimos dejando el territorio, poco a poco nos hicieron dejarlo atrás. Dejamos de ser turistas y nos convertimos en exiliados. Nos repartimos por el orbe. Primero se fueron en masa aquellos hijos y nietos de los europeos, de vuelta al territorio de origen de sus ancestros. Luego, los que pudieron cobijarse en Norteamérica. Todavía Latinoamérica andaba muy mal, en comparación, que no era un lugar propicio para superar nuestras calamidades.

Y en un momento, todo lugar en el exterior fue mejor, incluso los que vivían en guerra. Nos tocó ser actores, observadores y luchadores en Venezuela. Algunos esquivamos las balas, otros dimos muchos gritos con valor, muchos dedicaron sus energías a intentar hacer razonar a quienes se hacían cómplices ignorantes de la destrucción.

La nación venezolana comenzó a dispersarse, en un principio por un estado de alerta y por último por una condición de supervivencia. Toda Latinoamérica nos vio llegar. Algunos con los brazos abiertos y otros con un tanto de disgusto. Salimos todos con cierta inocencia y esperanza metidas en tan solo una o dos maletas.

Dispersos por el mundo. Cuando los venezolanos nos convertimos en una diáspora, como consecuencia de nuestros errores. Y quizás pienses que tuyos no fueron esos errores, pero igual, tú eres esencia de ese pueblo que paga por sus equivocaciones.

Ahora vas por medio mundo y encontrarás a muchos paisanos que no están justamente disfrutando unas vacaciones sino esforzándose por rehacer sus vidas. Tú te fijaste en este extremo Sur del planeta y quizás ahora sepas lo que es ser un extranjero en realidad.

Llegaste a Buenos Aires, una ciudad furiosa, vibrante, compulsiva, arrogante, pretensiosa, hermosa, carismática, culta y que en muchas de sus esquinas te pintará o te ha ido pintando una sonrisa. Oh, Reina del Plata, gracias por recibir con agrado a estos panas que apenas se arriesgan a conocerte. ¡Qué se traerán estos pibes! Gracias por la oportunidad de recibirnos en tu casa.

Desde ahora, tu nombre ha sido sustituido automáticamente por tu gentilicio. Ya no eres tú, eres “un venezolano”, no llevas el apellido de tu familia porque ahora solo eres de la familia de “los venezolanos.” Así serás conocido en adelante.

Cuidemos la diáspora porque no ha sido fácil allanar el camino que vamos dejando. Es sencillo hacerlo, y todo se resume en ser una buena persona. Llevarse bien con los argentinos que nos han recibido, ser agradecidos, respetar y generar empatía con tus paisanos.

Cuida tus actos, porque ante todos, cada cosa que hagas no será hecha por ti, sino por los venezolanos. Bien o mal. Y recuerda que el estado esperado de las cosas es el bien, por eso siempre resalta el mal.

Tiende una mano a quien pueda necesitarla sin mirar nacionalidades. Dale tu apoyo al local que lo necesite, brinda tu ayuda al paisano que lo requiera si está dentro de tus posibilidades.

Evita criticar con mala intención todo lo que es ajeno a tu propia identidad. No llegaste aquí por estar en un lugar maravilloso. Se humilde y agradece. Calla y piensa antes de cuestionar la casa de tu anfitrión y antes de escupir la mano de quien te da de comer.

Trata de no involucrarte en temas políticos y morales. Guárdate tus opiniones del sistema político local mientras que no tengas arraigo. Estarás cuestionando con ojo extranjero, sin conocimiento de causas, el sistema de quien te recibe. Seguro vas a compartir tus ideas y opiniones del sistema con los paisanos, pero trata de no ser imprudente ante el porteño. Cuida tu imagen y así también estarás cuidando la de tus paisanos. Ayuda a otros venezolanos a ser mejores, aunque sea brindando información, orientación. A veces, unas palabras con muy buena intención son suficientes para ayudar a crecer a alguien.

Evita el gueto. No te margines. No te aísles. Está bien que busques relacionarte con los paisanos, pero no evites hacer amigos argentinos, a socializar a su manera. Aprende de su cultura, acéptalos. Vivir solo con venezolanos, salir solo con venezolanos, tratar solamente con venezolanos, hará que tu adaptación sea muy lenta y tu frustración crecerá. Salir del gueto te hará sentir que ésta es tu casa, y permitirá que le transmitas a tus paisanos experiencias de la argentinidad que les hará más sencillas pequeñas cosas sin darte cuenta.

Cuida las oportunidades y asegúrate de que puedan mantenerse para tus paisanos. Si consigues un trabajo, que sea lo más legal posible; si manejas dinero, se honesto a tu máxima expresión. Si tratas con personal, que sea con carisma y respeto. Si haces algo, que sea con tu mejor esfuerzo. Cuando hagas eso, no tú, sino los venezolanos, ante los ojos de los locales, serán gente de bien, honesta, trabajadora, respetuosa, carismática. Seremos el tipo de gente que quieran tener a su lado. Si haces lo contrario, aunque solo lo hagas tú, entonces los venezolanos seremos malas personas, ladrones, vagos, irrespetuosos y antipáticos. El tipo de gente que desearían no ver ni en pintura, de esos que desearían que nunca hubiesen llegado a la Argentina, esos a quienes gritaran que se regresen a su país. Depende de cada uno de nosotros hacerlo bien siempre que podamos.

Genera confianza en la diáspora. Si te brindan un empleo, no te largues a los tres meses, porque entonces los venezolanos son inestables. Si te encargan una labor, asegúrate de cumplirla porque si no, los venezolanos no son gente de fiar.

Respeta. Eso pasa desde aceptar al otro tal cual es más allá de tus prejuicios y tabúes, hasta saber guardar silencio cuando puedas resultar impertinente. Cuida tus palabras. Las vulgaridades no son la mejor presentación de nadie. Hablar como malandro no te hace más chévere ni más venezolano. Le coloca una etiqueta gigante a la diáspora de gente con poca cultura y educación. Incluso en este libro encontrarás muchas vulgaridades, porque es una guía sin censura, pero me refiero a que todo tiene su momento, su contexto y su lugar. No trates de aprovecharte de la diáspora. No especules cuando negocies con nadie, menos con tus paisanos. No intentes venderles cosas al cuádruple de su valor esperando que te compren solo por ayudar. Se ayuda a quien actúa con buena intención. La gente de una colectividad se ayuda entre ella, no trata de abusarse entre ellos.

Sé responsable con el Estado argentino. Todo buen venezolano debería tributar. No te cuadra la idea de pagar impuestos, porque seamos francos, a nadie en el mundo le gusta pagar impuestos, pero no está bien que te vengas a chulear al país que te ha dado una oportunidad. Aunque no te guste, paga tus impuestos porque esa es solo la mínima retribución que le puedes dar al pueblo argentino. Los venezolanos no somos chulos y no vinimos a Buenos Aires ni a vivir del Estado ni a aprovecharnos de los demás. Llegamos a forjarnos un mejor futuro, a trabajar y a contribuir con el desarrollo de la Argentina. Creo que en esto estaremos de acuerdo. Seamos responsables. Ya muchos porteños tienen la falsa idea de que los inmigrantes latinoamericanos vinimos a aprovecharnos del Estado argentino y a vivir gratis de ellos, a usar sus servicios y aprovecharnos de sus beneficios sociales. Nada más falso que eso porque si algo hacemos es pagar por todo, pero justamente, no está bien alimentar ese tipo de pensamientos. Y sí, hay servicios que son gratuitos y algunos paisanos tienen acceso a ellos, y está bien, pero con más razón, cuando te corresponda, tributa.

Otro consejo simple: no intentes hacer quedar mal o ridiculizar a tus paisanos, ni siquiera por hacerte el gracioso. Las rivalidades entre regiones, equipos y partidos quedaron en Venezuela. Aquí hay una sola región, un solo equipo, un solo partido, un solo color, un solo gentilicio. No te burles del que es de otra ciudad porque, por ejemplo, Caracas es Caracas… o los valencianos son esto, y los maracuchos son aquello, las gochas son tal cosa y otras tonterías. Si un porteño te escucha y te mira en esa situación, tan solo alcanzará a decir: Ché, mirá cómo se echan cuchillo entre ellos mismos, con razón están así. Porque aquí ya no somos distintos bandos, somos uno solo, el de los venezolanos.


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